Mientras luchaba por sobrevivir se acordó de cómo Shackleton se había propuesto y conseguido sustraer a sus hombres de una muerte segura y aquello le había dado ánimos. Claro que más que convertirse en un héroe, lo que realmente necesitaba es que algún héroe lo salvara a él. Su aparato se había estrellado en algún punto cercano a la latitud 90°S y quizás por eso también recordó que algunas décadas atrás, y no muy lejos de allí, los primeros exploradores en conquistar semejante marcación habían plantado una bandera para mayor gloria de su patria.
FOTO: Roald Amundsen, Helmer Hanssen, Sverre Hassel y Oscar Wisting (derecha a izquierda) en «Polheim», la tienda erigida en el Polo Sur el 16 de diciembre de 1911. La bandera en lo alto es la de Noruega; mientras que la de abajo lleva el nombre de «Fram». Fotografía de Olav Bjaaland.
Seguramente su mente lo desviaba a unos asuntos que no aportaban nada a su situación para evitar que pensara en lo evidente: que iba a morir. Los pasos se sucedían mientras la herida que sangraba en su pierna izquierda no es que hubiera coagulado sino que “simplemente” se había congelado, igual que lo habían hecho las zonas más inconexas de su cuerpo. Sin saber a dónde se dirigía ni para qué, consiguió llegar a un extraño vado entre dos montañas, un paso zigzagueante donde el suelo se volvía más blando y caminar se hacía más dificultoso, pero donde también el aire era más suave y ya no le dolía la respiración. De golpe comenzó a sentirse bien y una infinita alegría embargó su corazón.
Sin hacerse ninguna pregunta aceptó inmediatamente aquel giro inesperado: ¡estaba sintiendo calor! Es más: bajo sus botas el suelo comenzaba a chapotear debido a que la nieve se había retirado y ahora en el camino había agua, barro y guijarros. Pero eso fue solo el preámbulo de la auténtica felicidad, pues traspasando la siguiente curva, ante sí, como un oasis dentro de la inmensa desolación antártica, se extendía un soñado remanso de verdor tropical. Hizo ademán de correr: Quería abalanzarse sobre aquella visión y revolcarse en su frescor vegetal, aspiraría el perfume de las flores y comería el fruto de las plantas que le colmarían de dulzor, seguiría con la vista el vuelo de los pájaros que trinarían por doquier y perseguiría como un niño a los insectos que zumbarían tan ocupados como estarían en sus laboriosos quehaceres.
Vallenato - Los ojos no mienten - Hermanos Osorio