lunes, 10 de enero de 2011

Enamorarse

.
Pocas cosas se generan tan claramente en el inconsciente como lo hace el enamoramiento. Hay algo en ese encuentro entre dos personas que hace que bajemos todas nuestras prevenciones y censuras para con nosotros mismos y para con el otro. Actúa como una droga, nos entontece, nos inflama de bondad y belleza, la vida cobra verdadero sentido, las percepciones sensoriales se agudizan, todo es dulzura y felicidad. La elección del compañero se hace instintiva e irreflexivamente, se decide de la misma manera que aquello merece la pena de ser vivido, y se produce la magia.


Seguramente se originará una revolución hormonal y determinadas partes cerebrales se activarán en una desenfrenada e inusual actividad —es la trampa biológica del amor que persigue promover el establecimiento de los vínculos emocionales necesarios para formar la pareja sexual—.

Todavía no hay pasión ni sufrimiento sino simple bobería, es la felicidad de la inconsciencia. Pero es un flujo torrencial de sensaciones maravillosas que modificarán radicalmente nuestra posición y visión del mundo. De pronto, todas las cosas de la vida pierden importancia, salvo las que conciernen a ese amor, y nos disponemos a sacrificarlo todo por y para que ese estado de cosas no acabe nunca. Hay quien opina que eso no es amor, y yo, que es su síntesis más veraz. Pero una vez que uno ha burlado o fracasado en el intento de establecer una pareja sexual (ese es mi caso), no por ello deja de ambicionar el reencuentro con ese estado de gracia. Y de la misma manera que el enamorado, sigo creyendo, que nada merece más la pena que situarse en esa disposición mental, que es una forma sublime de enfrentar la realidad, y que se puede perseguir con mayor o menor éxito, pero que a todos nos está esperando a la vuelta de la esquina. Para ello es necesario volver a enamorarse (no necesariamente a través de una pareja sexual, ya que el espíritu acepta otras variables), estar dispuestos a sacrificarlo todo, y aún tropezando mil veces, no desobedecer el imperativo que ese amor demandará del sentido de nuestras acciones, ya que esa es la obligación ineludible del contrato amoroso.





Imagen: Ninfeas (Claude Monet, 1897-1899) Galería Nacional de Arte Moderno en Roma.
Video 1: Love Story, dirigida por Arthur Hiller en 1970.
Video 2: La quimera del oro (The Gold Rush) dirigida por Charles Chaplin en 1925.






14 comentarios:

Emma dijo...

De acuerdo, pero cómo lo haces?

Ātman dijo...

Creo que no impidiéndolo, dejando que ocurra, volviendo a ser niño, desechando las imposturas y los miedos, sabiendo escuchar la voz interior, actuando en consecuencia, desaprendiendo, teniendo fe, intuición… El sabio que parece un loco, ríe con la desgracia porque sabe que lo siguiente es el retorno de la gracia.

Emma dijo...

Brilliant! Al menos tú sabes cómo poner en funcionamiento la maquinaria, yo siempre tengo que leer las instrucciones antes y examinar el mecanismo...

Lansky dijo...

estoy con Emma...a leerse de nuevo las instrucciones

Ātman dijo...

Emma y Lansky: Estáis equivocados, el amor no es más que simple naturaleza, y se pierde justamente cuando uno se desconecta de ese mundo (por despecho, por rutina, por temor). Mi consejo es que tiréis a la basura todos los manuales y sintáis que no estamos hechos de metal y electrónica sino de carne y huesos.

Emma dijo...

Atman, y tu estás equivocado en asumir que pienso que somos mecánica y huesos. Por otro lado es aventurado de tu parte pensar que el amor no pueda racionalizarse, sí se puede, y eso no le hace perder nada, el amor siempre será el mismo, al menos mientras los seres humanos estén sobre la tierra.
No es correcto explicarle a un desconocido lo que ha amado, lo que ama, pero completamente inconveniente es dar lecciones a los demás sobre lo que debe ser el amor. Cada hombre es un misterio y sabe ( o no sabe) lo que ama y por qué.

Ātman dijo...

Emma: no pretendía dar consejos, es simplemente una forma de hablar, de expresar lo que pienso, y es verdad que mi estilo tiene algo de sentencioso que me cuesta remediar. Te pido disculpas si te he ofendido, que nada más lejos de mi intención es mostrarme como si estuviera en posesión de la verdad. Racionalizar el amor es lo que hago cuando le escribo un post, pero a lo que quería aludir con mi comentario anterior, es que el amor, en mi opinión, no es un artificio sino una fuerza vital innata, y que más que intentar comprender el mecanismo (cosa que yo, desde luego no comprendo), hay que despojarse de los convencionalismos ¡y de las lecciones que nos puedan dar los demás! (provengan éstas de un bloguero sabelotodo como yo, o de las instrucciones impartidas por la ideología o la fe que estén de moda).

Emma dijo...

Y yo estoy completamente de acuerdo contigo y ademas, a mi también me pasa, que soy sentenciosa y vehemente y no sé si remediarlo o pasarlo por alto. No me has ofendido, sólo me ha hecho un poco de gracia que supieras cosas sobre el amor, porque nadie sabe demasiado, y son muchos años ya. Un abrazo.

Dante Bertini dijo...

una de las mejores maneras de olvidarse, y descansar, de sí mismo...

un abrazo

Lansky dijo...

Emma, Atman es un quinceañero de cincuenta tacos, (y esto e suna descripción abreviada, no un insulto, y fácilmente comprobable al leerle)

Vanbrugh dijo...

No sé por qué tengo la impresión de que entre esa irreflexión y entrega a los impulsos irracionales, esa "disposición a sacrificarlo todo por y para que ese estado de cosas no acabe nunca"; y el frecuentemente siguiente dato de que uno se vea "burlado o fracasado en el intento de establecer una pareja sexual" -es decir, de que ese "estado de cosas" se acabe al cabo de un rato- existe una relación de causa y efecto bastante ineludible. Negarlo y seguir jugando alegremente a eludirla, y proclamar incluso que lo bonito del amor es, precisamente, ese desafío a la ineludibilidad, debe de resultar embriagador, pero a los efectos de ser feliz a largo plazo me parece francamente poco eficaz.

Ātman dijo...

Emma: Me das una gran alegría, pues me sentía malinterpretado. Otro abrazo para ti.

Dante: Eso que dices es amor evasivo, que también, pero el bueno es el que te hace encontrarte. Quizás necesitas descansar de un Dante que yo desconozco, pues el que se muestra en el blog del que sí conozco es de lo más refrescante. Abrazos.

Lansky: Pues no vas muy desencaminado, solo que he de matizar que no es que yo lo sea, sino que lo reivindico. El sexual, a los quince durante la pubertad, el amor a secas incluso antes, durante la infancia. Es decir volver a la fuente, al principio, donde todo brota con una belleza especial y misteriosa.

Vanbrugh: Mi prototipo de amor es el del héroe, que sabe quien es, dónde está y a dónde va, y por ello no ceja en su empeño, aunque todo se complique y aunque las cosas no siempre tengan un final feliz. Es más, yo diría que se puede ser feliz fracasando. La solución no debe ser nunca acomodaticia, ni esperar resultados fulminantes, por el contrario se debe ser fiel a uno mismo, y seguir adelante a pesar de la adversidad, pues los mayores hallazgos siempre exigen grandes sacrificios. Creo que tu análisis y mi tesis son la confrontación de dos maneras de ver el mundo: romanticismo contra pragmatismo y viceversa.

Vanbrugh dijo...

Hola, Atman. Vuelvo al ring, hoy estoy peleón. El héroe, además de saber quién es, dónde está y a dónde va, es bastante conveniente que disponga de un mapa y de unas mínimas nociones de cómo se anda. Es sin duda heroico obstinarse en que el coche arranque a nuestra voz de mando, pero no se pierde nada de heroismo por utilizar sensatamente la llave de contacto, el embrague, el cambio y el acelerador, y por haber dedicado unas tediosas y poco heroicas horas a aprender a conducir. Y si algo se perdiera, sin duda lo compensa ampliamente el hecho innegable de que, de este último modo, el coche anda, y del otro, más heroico, no. "Sacrificarlo todo" por el amor, en un rapto de "estado de gracia", es sublime, sí. Lo malo es que el sacrificio suele incluir, en cuanto uno se descuida, un montón de cosas irritantemente prosaicas pero indispensables para que el amor funcione. Y al final tenemos a un tipo enormemente fiel a sí mismo -a su convencimiento de que el coche debe andar solo porque él lo diga, o de que el amor se basta a sí mismo- y enormemente romántico en su sublime fracaso, junto a un coche que no anda o un amor que se va al carajo.

Ātman dijo...

Pues tienes toda la razón. El pragmático que se ocupa de las cosas prácticas no debe olvidar los ideales, y de la misma manera, el romántico que se ocupa de los ideales no debe olvidar las cuestiones prácticas.