Érase una vez una roca que vivía en el litoral junto a una playa. La roca amaba su existencia y disfrutaba de todos los momentos. Amaba el embate de las olas, la brisa marina, la humedad, la espuma y el salitre, el graznido de las gaviotas y los cangrejos que de vez en cuando le hacían una visita. Cuando el mar se retiraba, con la marea baja, ella sabía esperar, porque tenía la certeza de que la marea volvería a subir. Pero un día todo cambió, el mar se retiró por completo, o a ella se la llevaron de allí, no lo sabía… y su existencia se convirtió en una pesadilla, porque desde ese día el mar no volvió a bañar su vida, de tal forma que la monotonía y la sequedad extrema se convirtieron en sus nuevas compañeras. Se quiso morir, pero como era una roca no tuvo más remedio que aguantarse. Después empezó a reconciliarse con su nueva vida, se volvió hacia dentro y empezó a descubrir que ella estaba compuesta de varios minerales, se asombró mientras sentía cómo las corrientes electromagnéticas recorrían su estructura atómica y molecular. En fin, para qué os digo más, se hizo cada vez más roca y no fue tan longeva como la eternidad, pero casi. Por último, sus restos convertidos en arena fina fueron arrastrados por el viento hacia su amado mar, y... colorín colorado, este cuento se ha acabado.
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