El negro es el color más abundante del universo, pero de esta verdad somos poco conscientes. La luz del Sol nos engaña, el día nos deslumbra cubriendo con su velo al resto del universo y hay que hacer un verdadero esfuerzo para imaginar que tras ese cielo azul, la oscuridad continúa imperturbable.
Vivir tan próximos a nuestra estrella es una casualidad, quiero decir que si tenemos en cuenta la inmensidad del espacio, lo más probable habría sido que el azar nos hubiera situado en cualquier otro punto más lejano —en cuyo caso se dejaría sentir la inmensa tristeza de una existencia sin sol y en soledad—. Desde Saturno, Urano o Neptuno, por ejemplo, la apariencia solar queda rebajada a un insignificante puntito blanco mortecino.
Con la muerte pasa algo parecido: ¿Cuántas personas han muerto o no han nacido todavía, en comparación con las que ahora vivimos? Sin embargo para nosotros la vida lo abarca todo y por la muerte nos preguntamos apesadumbrados, o sencillamente la ignoramos. Pero nuestra propia sombra, recuerdo de la oscuridad, nos persigue en todo momento.
En París, desde la cafetería de la Torre Montparnasse, que está en todo lo alto, y por la noche, se puede apreciar una gran mancha oscura ajena a la alegría del resto de la ciudad: se trata del cementerio de Montparnasse. Desde esa cafetería, una noche, tomando algo con mis primos parisinos, nos percatamos de que alguien andaba trajinando entre las tumbas, pues se podía ver claramente una lápida iluminada, pero por mucho que intentamos descubrir alguna silueta o los movimientos que realizara el sujeto, para imaginarnos qué clase de actividad se podría estar llevando a cabo a esas horas y en tan inquietante lugar, no pudimos divisar nada. Luego, la luz se apagó, y cuando ya creíamos que la función había concluido, otra lápida se iluminaba y se volvía a apagar, y más tarde volvía a ocurrir lo mismo con otra más. Por fin descubrimos que no se trataba de alguien, sino que era la luna la que al desplazarse por el cielo iba cambiando su ángulo de incidencia entre ella, las lápidas y nosotros, y en la medida en que dicho ángulo variaba, iba alternando su reflejo sobre esta o aquella superficie marmórea, dotando a la tumba, eso sí, de una iluminación ciertamente fantasmal.
Foto: Gray wolf tracks
6 comentarios:
Muy bien acompañado por esa música electrónica el aparentemente tenebroso relato, que ve la luz con la Piaf. Muy bueno.
Veo que le sacas partido al Grooveshark. ;-)
Abrazo.
Gracias, Caruano. Grooveshark ha sido mi tabla de salvación, sobre todo desde que en You Tube les ha dado por poner publicidad: ¡Qué asco!
Un abrazo
Milton en su Paraíso perdido atribuía a Satán luz inversa cuya función es mostrar lo oscuro. Por cierto, desde el punto de vista de pintores como Velázquez , desde luego que no, pero desde la física (óptica), el negro no es un color, sino su ausencia y denota ausencia de materia y energía visibles, de ahí el color negro predominante en el universo
Hola Lansky. Es curioso lo que dices sobre Milton y Satán, porque cuando escribí el post tuve la sensación de bordear un área, digamos: peligrosa. En cuanto a la física, parece ser que la oscuridad, que creíamos vacía, es mucho más de lo que parece y mucho más desconocida de lo que creíamos, véanse las teorías sobre la materia y la energía oscuras.
eso he dicho 'materia y energía visibles
Que sí, hombre. Te he entendido y tu comentario además, ha sido impecable. Llamamos negro a lo que no podemos ver como llamamos inconsciente a lo que no podemos saber, pero con instrumentos apropiados o deducciones lógicas, hemos empezado a conocer las tremendas proporciones de lo desconocido. En física se habla de un 96 % invisible del total de la energía y la materia del universo, y en psicología, aunque no es posible cuantificar lo inconsciente, se me antoja incluso una proporción aún mayor.
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