jueves, 9 de diciembre de 2010

La nube y la carretera

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Es un día claro y azul. Dos jóvenes guardabosques andaluces contemplan una solitaria y bien delimitada nube blanca que asciende por la ladera. Su trayectoria hace que ésta se dirija derecho a la cabaña. No pueden dar crédito a lo que está ocurriendo: La nube blanca se ha deslizado dentro de la casa y ha quedado atrapada. Ahora, en la cabaña está nublado y afuera brilla el sol. Rodeados de montes y aislados del mundo, han sido testigos de un hecho digno del pasaje de un cuento para niños. Un acontecimiento fortuito, lleno de belleza, ensoñación caprichosa y encantador sin sentido.

Un chico muy joven conduce por la noche a gran velocidad, le acompaña un amigo y a ambos les espera un largo camino. La carretera es peligrosa, llena de curvas y trazados inesperados. En la soledad de la ruta nuestro conductor tiene la suerte de alcanzar a otro automóvil, es un coche deportivo con matrícula extranjera y lleva una velocidad parecida a la suya. Decide no adelantarlo, mantenerse a cierta distancia con objeto de dejarse guiar, descansar y rebajar la tensión del viaje. De esta forma pasan varios kilómetros tras lo cual el deportivo disminuye la velocidad al tiempo que encendiendo sus intermitentes transmite una señal inequívoca de que desea ser adelantado. Ahora se han cambiado las tornas y es el chico quien guía al extranjero. Pasan otros tantos kilómetros y nuestro joven conductor decide que ya ha terminado su turno indicando a su seguidor que él también desea ser adelantado. Se establece así un acuerdo tácito según el cual los dos veloces conductores se van a ir alternando en el liderazgo del viaje. Pero el caso es que pendiente de ese juego, entre divertido y curioso, nuestro personaje ha descuidado mirar el indicador de su depósito de gasolina y el coche se queda sin combustible. El deportivo extranjero desaparece en la lejanía, mientras él se aparta al arcén. El amigo que lo acompaña propone hacer autostop y en muy poco tiempo consigue detener un vehículo y hacer que le lleven hasta la gasolinera más cercana. El joven conductor se queda sólo. Es muy tarde y la carretera está desierta. Es noche cerrada, sin luna ni estrellas y no se distingue luminosidad alguna.Todo es oscuridad, excepto el tramo de carretera que iluminan los faros del coche. Hace un rato ya, que su amigo se ha marchado, cuando cree escuchar unas voces lejanas. Parecen provenir del campo ¿pero de dónde? ¡si allí no hay nada! Las voces se repiten y ahora sí, las escucha perfectamente. Asustado y asombrado de lo que está ocurriendo recuerda que la puerta del maletero (desde la que se tiene acceso al resto del coche) está abierta y armándose de valor decide bajarse a cerrarla, regresar rápidamente y asegurar el resto de las puertas. Su coche ya es hermético, se siente más tranquilo y permanece expectante por lo que pudiera ocurrir. Las voces son lastimeras, lejanas, y se suceden a intervalos de unos pocos minutos, pero no se ve ni ocurre nada. En eso, llega un coche de la guardia civil. El muchacho les cuenta lo sucedido pero, para que no lo tomen por loco, omite mencionar el asunto de las voces. Puestos al corriente de la situación los agentes están a punto de marcharse cuando se vuelven a oír las voces. El joven conductor está embargado por la emoción pues ve cómo, delante de él, los guardias civiles también han oído las voces y se internan en el campo con sus linternas. El enigma está a punto de revelarse porque en ese momento y gracias a la tenue luminosidad del alba comienza a divisarse la silueta de un camión que permanecía volcado unos metros más allá. —Las voces no eran otra cosa que las llamadas del conductor accidentado pidiendo auxilio—. Tras el amanecer todo se resuelve: el conductor del camión es rescatado y trasladado en ambulancia, el amigo llega con la gasolina y los guardias civiles aunque enfadados con nuestro héroe (pues sospechan acertadamente que éste debió de oír las llamadas de socorro pero no hizo nada) ayudan a empujar el coche que no puede arrancar porque se ha quedado sin batería.

3 comentarios:

Lansky dijo...

Bonito relato. La nube entra en la cabaña huyendo de la tormenta, claro (no sabe que, como todos, la lleva con ella)

Ātman dijo...

Hola Lansky. Los dos relatos están basados en hechos reales, el primero me lo contaron los propios guardeses, el segundo lo viví en primera persona (yo era el asustado y joven conductor).

Lansky dijo...

El que un relato sea cierto no le resta méritos, tampoco se los añade