jueves, 26 de abril de 2012

El chico de la cebolla

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Desde entonces han pasado unos cuantos años, pero todavía hoy, cada vez que corto una cebolla y con lágrimas en los ojos, me acuerdo del chico aquel.

İki farklı renkli soğan (Dos colores de cebollas)

Quién no habrá, en un ataque de cólera, destrozado un mueble o tirado contra el suelo unos platos de loza. Él lo había hecho muchas veces pero de manera algo más morbosa. No era, como les ocurría a los demás, un ataque de violencia incontrolada. Él lo planeaba fríamente y hallaba sumo placer durante la casi ritual consumación de los hechos. Odiar algo tan profundamente como para querer destruirlo, a veces incluso sádicamente, como cuando torturaba con descargas eléctricas a una mosca o cortaba en trocitos con la hoja de afeitar a un caracol. Comprendía perfectamente la lógica del crimen: matar por odio, y se percató que el crimen era mayor cuanto más cercana fuera la proximidad del objeto "asesinado". Había objetos que al destruirlos producían un mayor bienestar a la hora de consumar el acto y un mayor sentimiento de culpa después de haberlo realizado. Como ocurre con las capas concéntricas de una cebolla todo dependía de la distancia determinada en que cada objeto se hallara del centro, es decir: de uno mismo. De matar animales sin expresiones faciales a matar a aquellos en los que se percibía perfectamente su terror, por ejemplo, había una gran distancia. Producto de una investigación que colmara su curiosidad o ya fruto de la demencia, comenzó a llevar a la práctica los crímenes en orden ascendente de lo que él creía una escala perfectamente definible. Hubo de cuidarse, llegado el punto, cuando comenzó a experimentar con humanos, pues aquellos tenían leyes que los protegían, lo que significaba que si era sorprendido podía ir a la cárcel y perder así una libertad tan preciosa para poder seguir con sus atrocidades. No ocurrió tal cosa, pero como era de esperar su locura terminó años más tarde abruptamente en el suicidio: "Al matarme a mí mismo quedará realizado experimentalmente el crimen en grado sumo de proximidad", dejó escrito. Lamentablemente, por la naturaleza de éste, su último experimento, no podemos saber cuales habrían sido sus reflexiones finales, pero sí se nos desvela por fin el auténtico argumento de la obra.

Japan - Obscure Alternatives (1978) - The Tenant





6 comentarios:

Dante Bertini dijo...

entiendo que no tenga comentarios, estimado...su post asusta, aunque está magnificamente escrito y esto debería ser causante de alegría y gozo, no de miedo...
un abrazo tembloroso

Ātman dijo...

Gracias por los piropos, Dante. Pero sí, en un próximo post he de abrir las ventanas y ventilar este aire sórdido y lamentable.

Abrazos

C.C. dijo...

No sé si este personaje infame salió de tu imaginación o no pero te doy un consejo de ama de casa para que no vuelvas a llorar nunca más pelando un cebolla ( y de paso que olvides al loco ese ) : tira la lengua y veras que funciona. La humedad de la lengua atrae los gases de la cebolla.

C.C. dijo...

Ah, se me olvidaba ; sí que está muy bien escrito este post.

Ātman dijo...

Hola CC:

A Drácula se lo espantaba con una buena ristra de ajos, seguramente porque donde las hay, también hay una buena cocina. (Los seres malignos huyen de los entornos amables porque ellos nunca poseyeron tal cosa). Con tu consejo de ama de casa has espantado al fantasma que permanecía por aquí, o al menos eso me ha parecido.

Supongo que con tu todavía casi perfecto español has querido decir “estirar” la lengua. La verdad es que no sé si será porque las cebollas ya no son lo que eran, pero hace mucho que unas cebollas no me hacen llorar (y mira que yo soy el cocinero de la casa). Pero si algún día me volviera a ocurrir pondré en práctica tu consejo.

¡Y tú también piropeas mi escritura… a ver si me lo voy a creer! Quedo agradecido por partida triple.

C.C. dijo...

Sí, estirar la lengua. Gracias.