miércoles, 27 de octubre de 2010

En la playa, contigo (cuento íntimo)

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Aquí estamos, tú y yo. El viento y las olas con sus ininterrumpidos ritmos desacompasados. El salitre en el aire, y muy alto, el cielo es una delgada y pálida neblina. Delante el mar. Nosotros sobre la arena y ésta entre los dedos de las manos, en las comisuras de los labios, los dientes, y hasta detrás de las orejas. Una banda sonora monótona, interrumpida de vez en cuando por el grito de alguna gaviota y alguna frase que te lanzo a modo de caricia. Imagino tu cuerpo debajo de tu abrigo de lana, tu sabor detrás de tus labios, y todo tu pasado detrás de tu vida. Tengo la certeza de que alguna vez fuiste niña, te lo digo y te ríes. Te doy la mano y ahora yo también soy un niño. Me siento como un hermano mayor que se ve obligado a protegerte del mundo, pero es sólo un sentimiento porque sé que la vida te ha curtido y no me necesitas para eso. Tú te has girado y te has recostado contra mi pecho, te he abrazado, y la vista y la vida se nos pierden en la lejanía. Si algo ha sido mi infancia, ha sido una playa y el mar, y si algo quiero que sea mi vida, es tu espalda recostada sobre mi pecho. Me guías con tus manos bajo tu ropa y eso sobrepasa todas mis expectativas, pero me mantengo sereno, como si ese comportamiento fuera el habitual. Trato de recordar cómo conseguí este regalo, qué ingrediente utilicé para conseguirte. Pero no hay tiempo para hipótesis, te has levantado y voy detrás de ti. El futuro inmediato se ha cargado de dulces promesas mientras la playa languidece sin nuestra presencia. Quizás mañana discutamos, nos separemos y se nos parta el corazón, o quizás ocurra un milagro. Ella está esperando a que abra las puertas del coche, sin embargo me acerco a su lado y la arrincono. Su pelo flota en el aire movido por el viento. No está alarmada. Es muy bella. Me acerco más, la tomo por las manos y siento su primer beso. Es el beso prototipo, el que da comienzo a una aventura amorosa. Conozco la sensación de flotar. Di la vuelta, entré en el coche, le abrí la puerta, y ella también entró. Sin mediar palabra, arranqué, y todavía flotando, el coche comenzó a deslizarse sobre el asfalto. La tarde se desvanecía y como cualquier persona sensible, sentí el nudo en la garganta y esa ligera desazón por el ocaso. El cielo blanquecino era ahora azul turquesa y las nubes debieron diluirse pues ya brillaba algún lucero. Nos detuvimos a cenar, nos preguntamos por nuestras vidas y nos observamos de reojo. Ella brillaba intensamente, las copas de vino brillaban intensamente, la porcelana de los platos brillaba intensamente. Ya en la habitación de un hotel, todavía pudorosos y en ropa interior, nos metimos en la cama e hicimos el amor.



Loving you, Minnie Riperton.

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